El pasado jueves empezamos las clases y tuvimos la oportunidad única de poder tocar en un piano de cola. Pero no cualquiera, es un piano Bechstein de unos 70 años de edad. Su madera está un poco desgastada, pero por dentro conserva una mecánica y una afinación perfecta. Su sonido se expande por la enorme sala con elegancia y seguridad, dibujando en el silencio su belleza soberana. Qué maravilla.
Nada de esto pasó desapercibido por los oídos de mi querido alumno Joseph de 11 años, diagnosticado con el trastorno del espectro autista. Desde hace más de 5 años me encuentro con él para experimentar la música. Joseph a penas pronuncia palabra, su comunicación con los demás se limita a pequeñas frases estereotipadas, pero cuando escucha nuestras canciones puede cantarlas en perfecta entonación y con todo su texto aprendido de memoria. Otra maravilla.
Ese 17 de septiembre fue el día en el que Joseph conoció al piano de la sala donde tengo el honor de dar clases. Permaneció sentado escuchando la magia del sonido puro de unas teclas que levantaban los macillos golpeando las cuerdas. Todo esto causó un enorme efecto en la sensibilidad del pequeño, que a penas pudo separarse de la banqueta del piano maravillado tanto por la técnica como por su belleza.
Desde luego, él como nadie, disfruta y vive la magia de la música. Para mí, un privilegio poder tener estas experiencias que me ensanchan el corazón y compensan en sobremanera todo el esfuerzo de mi trabajo.
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